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MARIA REINA y MADRE

Nuestra Señora de la Mirada

Nuestra Señora de la Mirada

MARIA: Nuestra Señora de la mirada

 

Padre, hoy te quiero agradecer el regalo más infinitamente precioso que nos has dado: Tu Madre.

Cuando decidiste revelarte, ya en tu misericordia más íntima y escondida, tenías celosamente guardada y preparada desde siempre, a la que habría de ser Tu Madre. No te costó mucho encontrarla. Ella siempre estuvo atenta y fiel a su misión. Esperaba tu momento.

 

Y en un lugar perdido, elegiste a una sencilla mujer, HUMANA como nosotros, parecida como nosotros, de carne y hueso pero muy diferente a nosotros, para que Tú también fueras uno como nosotros.

De pronto se sintió turbada emocionalmente. Su aprecio de sí no le permitía tomar conciencia de lo que iba a suceder. Pero el Angel al calmarle el temor y escuchar que Tú estabas en ella en la plenitud de la Gracia, no dudó un instante y ahí en ese segundo sublime comenzó a ser tu Madre, pero también Madre nuestra.

 

Nos dejó entonces su precioso legado:

¡YO SOY LA SERVIDORA DEL SEÑOR; HAGASE EN MI LO QUE HAS DICHO!

 

María:

Te doy gracias por estar a nuestro lado. Eres don incondicional y servicio desinteresado. No nos abandonas nunca y eres Madre educadora que nos corriges y sostienes cuando nos distanciamos del Creador.

Eres Auxiliadora en las pruebas y Mediadora en nuestras necesidades. Pero más que nada: eres Madre, que nos cuidas, nos proteges y nos guías en el crecimiento del espíritu y en el amor a los demás.

 

Nos dejaste el ejemplo:

Hablaste poco y te retiraste a un costado, pero con firme presencia. Sufriente al pie de la cruz y maestra de la perseverante oración.

Hoy te quiero regalar un nuevo título: Nuestra Señora de la Mirada.

Tus ojos brillosos reflejan la ternura y la emoción de tu corazón, vacío de sí pero colmado en plenitud de un amor generoso, dispuesta a escuchar y a interceder ante tu Hijo querido.

Y ese especialísimo Don que Dios te regaló, lo tienes en tu mirada, que trasunta la limpieza de tu alma y la fidelidad a tu compromiso.

Mirada de ATENCION hacia nuestro sufrimiento y nuestras infidelidades para transformarlas en ofrecimiento silencioso.

Mirada atenta para que no nos desviemos del camino. Mirada tierna y siempre despierta para hacernos sentir hijos predilectos del Amor del Padre.

Mirada...que da fuerza y alegría para ir al encuentro de quien dio su vida por nosotros.

Madre, te damos gracias por estar incondicionalmente siempre a nuestro lado.

 

Jesús les decía también:

Yo les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto descender el Reino de Dios con todo su poder.

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó aparte, ellos solos, a un monte muy alto. Y allí cambió de aspecto delante de ellos.

Sus ropas se volvieron muy resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo sería capaz de blanquearlas de ese modo. Y se les aparecieron Elías y Moisés, los cuales conversaban con Jesús.

Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bueno que estemos aquí!, levantemos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban aterrados.

En eso se formó una nube que los cubrió con su sombra y desde la nube llegaron estas palabras: ESTE ES MI HIJO AMADO:  A EL HAN DE ESCUCHAR.

Y de pronto, como miraron a su alrededor, no vieron ya a nadie; sólo Jesús estaba con ellos. Mc 9, 1-8.

 

 

La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen

San Luis María Grignion de Monfort

 

Devoción interior

La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella, de la alta idea que nos hemos formado de sus grandezas y del amor que le tenemos.

 

Devoción tierna

Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia:

·        En las dudas, para que te esclarezca.

·        En los extravíos, para que te convierta al buen camino.

·        En las tentaciones, para que te sostenga.

·        En las debilidades, para que te fortalezca.

·        En los desalientos, para que te reanime.

·        En los escrúpulos, para que té libre de ellos.

·        En las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele y  finalmente:

·        En todas las dificultades materiales y espirituales. María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

 

Devoción santa

La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.

 

Devoción constante

La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que si eres verdaderamente devoto de María, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes algunos cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensible, no te acongojarás por ello. Porque, el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales.

 

Devoción desinteresada

Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su Santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés, ni por su propio bien temporal o eterno, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no por lo favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable.

Por esto la ama y sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Cana.

 

¡Ah! ¡Cuán admirable y precioso es delante de Dios y de su Santísima Madre el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta!

Pero, ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones pública y privadamente con no escaso fruto.

 

Muchas cosas he dicho ya de la Santísima Virgen. Muchas más tengo que decir. E infinitamente más serán las que omita, ya por ignorancia, ya por falta de talento o de tiempo. Cuanto digo responde al propósito que tengo de hacer de ti un verdadero devoto de María y un auténtico discípulo de Jesucristo.

 

¡Oh! ¡Qué bien pagado quedaría mi esfuerzo, si este humilde escrito cae en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y no de la sangre ni de la carne ni de la voluntad de varón (Jn 1, 13) le descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la verdadera y sólida devoción a la Santísima Virgen, que ahora voy a exponerte!

 

Si supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón, lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, con mi sangre en vez de tinta trazaría estas líneas. Pues, abrigo la esperanza de hallar personas generosas, que por su fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, resarcirán a mí amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e infidelidad.

 

Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio, Jesucristo, reine como nunca en los corazones.

 

Oración

 

Querida Madre:

Ayúdame a despojarme de todo lo que me intranquiliza, para que en silencio y pobreza, el Espíritu de Dios pueda llegar hasta mí y encontrar en mi alma un ambiente sereno de acogida y entrega.

Haz que mi inteligencia se abra a su luz, y aprenda a ver con los ojos de Dios.

Regálame la profunda comprensión del corazón, que tanta sabiduría da a los que aman.

Abreme al querer del Padre y confirma mi ser y mi obrar según su santa voluntad.

 

María, Nuestra Educadora

Jean Lafrance

 

La devoción apunta a nuestra oración a María, mientras que el abandono evoca lo que fue la ley fundamental de su vida, su obediencia en fe que corresponde a lo que dice al ángel. "Hágase en mí según tu palabra". Esto es lo que más me ha impresionado en la vida de los grandes devotos de María, y lo que nosotros podemos experimentar cuando nos la llevemos a nuestra casa, como hizo San Juan siguiendo el deseo de Jesús. (Jn 19, 27). Es una iniciación a la renuncia de nuestra propia voluntad para abandonarnos en todo momento a la voluntad de Dios.

 

Tengo que confesar que me resultó asombroso hacer esta experiencia porque comprobé con terror y dicha como intervenía en todos los sectores de nuestra vida para guiarnos. Creo que incluso interviene más en los detalles mínimos de nuestra existencia que en los grandes acontecimientos en los que la voluntad de Dios se nos manifiesta por los mandamientos y los consejos.

 

María interviene para educarnos espiritualmente.

Es como si Ella volviese a tomar uno a uno los acontecimientos de nuestra vida, sobre todo los más mínimos, para mostrarnos como hemos obedecido o desobedecido a las dulces sugestiones del Espíritu que murmura en nuestro corazón la voluntad de Dios.

Se comprende que Ella actúe así en nosotros porque así actuaba cuando quería descubrir lo que Dios esperaba de Ella. Dos veces dice el Evangelio de Lucas: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón"

Bajo la dulce presión del Espíritu, nos muestra lo que Dios hace en nosotros y lo que nosotros deshacemos o al menos contrariamos. Nos sugiere que hagamos cosas pequeñas, pequeñas renuncias, ya que no somos capaces de hacer las grandes.

 

Sobre todo nos hace descubrir nuestras infidelidades y pecados. Por ser la Purísima, la Inmaculada, Dios pudo reflejarse en Ella. Cuando nos miramos a través de su rostro, vemos las menores deformaciones y las manchas que ensucian el nuestro; Ella se apresura a invitarnos a la conversión, para que Dios pueda a su vez reflejarse en nosotros. A esto lo llamo hacer un pacto con la verdad, es decir confesar que entre Dios y nosotros hay obstáculos que no conocemos y que estorban su acción en nosotros. Si pedimos entonces a la Virgen que interceda por nosotros, pecadores, el Espíritu Santo puede hacer renacer la verdad en nosotros.

 

Lo mismo ocurre con las heridas del pecado e incluso con todas las demás heridas que proceden de nuestra educación, nuestra herencia y hasta de nuestras experiencias desgraciadas. Ella nos las recuerda, hace que las reconozcamos y al mismo tiempo, nos enseña la oración de intercesión para que la raíz que alimentaba el sufrimiento de estas heridas se difumine y desaparezca.

 

Estas heridas del pecado se convierten entonces en heridas de amor, cauterizadas por el fuego del Espíritu en la intercesión de María. Nos enseña también que nuestras heridas secretas son el reverso de una realidad más hermosa que constituye nuestra riqueza. Cuando nadie nos comprende, debemos ir a refugiarnos en María para recibir el consuelo del Espíritu.

 

Recibimos la gracia de curación siempre por la oración de intercesión y únicamente por la oración. Pero al pasar por María, recibimos además una gracia más importante, pues Ella tiene el arte de hacer de nosotros hombres y mujeres únicamente consagrados a la oración. No saldremos nunca de rezar a María sin haber recibido de Ella una palabra si sabemos escucharla. Ella tiene el arte de desvelar las cosas ocultas y secretas pero, al mismo tiempo, las reviste de la dulzura de su misericordia. Cuando cura una llaga, lo hace con tanta delicadeza y tanta dulzura que apenas se siente que su mano nos roza.

 

Es interesante ver como la Virgen educaba en la oración a Santa Catalina Labouré (a quien le manifestó y confió la difusión de la Medalla Milagrosa).

Ella misma nos ha dicho cómo se ponía en oración de una manera sencilla, al alcance de todos: "Cuando voy a la capilla me pongo delante de Dios y le digo: Señor, heme aquí, dame lo que quieras. Si me da algo, me pongo muy contenta y le doy las gracias. Si no me da nada, le doy gracias también, porque no merezco más.

Después le digo todo lo que viene al alma; le cuento mis penas y alegrías y escucho. Si le escucháis, El os hablará también, pues con Dios hay que hablar y escuchar. El habla siempre cuando se va buena y sencillamente".

 

Cuando nos abandonamos totalmente a la voluntad de Dios, como lo hizo la Virgen y todos los que se consagraron a Ella, el mismo Señor empieza a guiarnos. La Virgen nos toma de la mano, como lo hace un maestro con su alumno, y nos muestra momento tras momento lo que el Padre espera de nosotros.

Ahí se encuentran la verdadera paz, la alegría y la libertad.

                                                                                                                                                                                                   Feceva.

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