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MARIA REINA y MADRE

Maria Auxiliadora

Maria Auxiliadora

HISTORIA DE MARÍA AUXILIADORA

 

Los orígenes

La advocación "María Auxilio de los Cristianos" arranca históricamente desde el siglo XVI. Se tiene constancia, en efecto, de que, hacia el año 1558, ya figuraba esta invocación en las letanías que se acostumbraban recitar en el santuario de Loreto (Italia). Estas letanías llamadas "lauretanas" -por referencia al lugar- fueron aprobadas por el Papa Clemente VIII en 1601, con exclusión de todas las demás que circulaban en otras partes. Con esto, obtuvieron, por así decir, una aprobación oficial y la garantía necesaria para difundirse en el ámbito del mundo católico. María Auxiliadora es hoy conocida en todo el mundo. La advocación "María, Auxilio de los Cristianos" comenzó entonces a hacerse general.

 

Victoria de 1571

En 1571 los turcos amenazaban con invadir Europa entera. El 7 de octubre, con el auxilio de María, la flota naval de Juan de Austria venció a las naves turcas en Lepanto. San Pío V consagra este día a Santa María de la Victoria y del Rosario y la invocación "María Auxiliadora de los Cristianos" se difunde entre el pueblo.

 

Durante las guerras religiosas del siglo XVI

De hecho, el centro de expansión radicó en aquellas tierras de Alemania meridional, que, a pesar del triunfo protestante, se propusieron mantenerse fieles al catolicismo. Como es sabido, en 1618 estalló la última de las llamadas "guerras de religión", que en historia se conoce con el nombre de "guerra de los treinta años" (1618-1648). Los príncipes católicos y el pueblo comenzaron a invocar a la Virgen Santísima con el título de "María Auxiliadora" y acudieron en peregrinación a una capilla que con esta denominación, se había levantado a la Virgen en la ciudad de Passau (Alemania). En medio de las mil vicisitudes de la guerra, de la peste y del enfrentamiento religioso de aquellos tiempos, los católicos de Baviera (capital, Munich) y del Tirol (capital, Innsbruck) se sintieron particularmente protegidos por la Santísima Virgen y experimentaron una verdadera renovación espiritual.

Este movimiento mariano estuvo alentado y guiado por los Padres Capuchinos y por una Cofradía de María Auxiliadora que, una vez reconocida por el Papa Urbano VIII en 1627, se convirtió en promotora de la nueva devoción mariana. En ella muchos creyeron encontrar un medio seguro para salvar su fe católica y la libertad de sus tierras.

 

Los turcos atacan Viena en 1683

Junto a las convulsiones religiosas y sociales provocadas en el centro de Europa por la crisis protestante, surgió el ímpetu del Islam. En 1683 los turcos, capitaneados por el visir Kará Mustafá, ponen sitio a Viena, capital del Imperio. El Papa Inocencio XI (1678-1689) vio entonces en un serio peligro la existencia de la Europa cristiana, y decidió concertar una alianza entre austriacos, alemanes y polacos para detener aquella inmensa amenaza. El esfuerzo del pontífice fue gigantesco. Mientras tanto, los predicadores de la cruzada caldearon con su palabra el espíritu de las gentes, porque lo que periclitaba era, en definitiva, el ser o no ser de una Europa bajo el signo cristiano.

Ahora bien, hacia tiempo que la devoción a María Auxiliadora había llegado a las regiones del imperio, y, por eso, ante aquella nueva coyuntura realmente difícil para el mantenimiento de la fe, los creyentes acudieron a la protección de la Virgen María.

"La invocación ‘María, ayuda’ (‘María hilf!’) -afirma un historiador- recorrió todas las regiones de Alemania y Austria".

La victoria fue para las fuerzas cristianas, aunque las islámicas eran tres veces superiores. Viena quedó liberada. Una vez más, los pueblos experimentaron la ayuda de la Virgen Auxiliadora.

 

La devoción se extiende al norte de Italia

Como se ve por las brevísimas notas históricas que anteceden, la devoción a la Virgen bajo el título de "Auxilio de los Cristianos" aparece en la vida de la Iglesia con una clara significación religiosa y social.

Más o menos por la misma época -a lo largo del siglo XVII- esta devoción pasó desde Baviera al norte de Italia y, en entró, al ducado de Saboya, cuya capital era la ciudad de Turín. Aquí la encontraría y la actualizaría el santo fundador de la Familia Salesiana, Juan Bosco, a mediados del siglo pasado. Pero a comienzos del mismo el Papa y la Iglesia habrían tenido una nueva experiencia de liberación.

 

Napoleón Bonaparte y Pío VII en 1814

Juan Bosco nació en una pequeña aldea del antiguo reino del Piamonte, el 16 de agosto de 1815. Un poco antes, se había hundido para siempre la estrella de Napoleón Bonaparte. Todos los piamonteses, pero en particular las gentes del campo, tuvieron la impresión de haber salido de una pesadilla muy desagradable. Napoleón, en efecto, entre otras cosas había ultrajado gravemente a dos Papas, a Pío VI (1775-1799) -que murió en el destierro- y a Pío VII (1800-1822) que fue víctima personal del despotismo napoleónico. Alejado de su sede de Roma y prisionero durante cinco años (1809-1814), el pontífice imploraba el auxilio de María, invitando al mismo tiempo a los cristianos a encomendarse a ella.

El emperador francés tuvo sus primeras derrotas durante el invierno 1813-1814. Entonces Pío VII se vio libre y pudo encaminarse hacia la ciudad de Roma, donde, en medio de una alegría general, entró el día 24 de mayo de 1814. El atribuyó aquella liberación -propia y de la Iglesia entera- a la protección de la Virgen y, en consecuencia, instituyó la fiesta litúrgica de María Auxiliadora, la cual debía celebrarse en Roma y en los Estados Pontificios en el día aniversario de su solemne retorno a la capital del mundo católico (Decreto del 16 de diciembre de 1814).

Fue un paso más en el camino progresivo de una devoción mariana, que, por su origen y desarrollo tenía ya una significación esencialmente eclesial. Las aportaciones espirituales, pedagógicas y sociales de San Juan Bosco en torno a esta devoción se sitúan con absoluta exactitud dentro de las perspectivas históricas aquí revisadas.

 

María Auxiliadora en la Vida de Don Bosco

 

Consagrado a la Virgen desde su nacimiento

En San Juan Bosco, el Fundador de la Familia, encontramos un caso singular en la Iglesia: Una vida conducida de modo especial, por la Virgen María, desde su nacimiento en el caserío de I Becchi, no muy lejos de Turín, el 16 agosto de 1815.

A través de la Iglesia local y de la piedad familiar Juanito Bosco nació y se educó en un ambiente profundamente mariano. Su primera escuela de amor a la Virgen fue en su familia. En octubre de 1835, cuando el joven Juan Bosco se dispone decididamente a ingresar en el seminario diocesano de Chieri, recibe de labios de su madre Margarita, profundamente emocionada, esta íntima y programática confidencia: "Juan, hijo mío... cuando naciste te consagré a la Virgen; cuando comenzaste los estudios te recomendé la devoción a esta Madre; ahora te pido que seas todo suyo. Ama a los compañeros que tengan devoción a María y si llegas a ser sacerdote recomienda y propaga siempre la devoción a María".

 

La Virgen sale a su encuentro

Mamá Margarita había recomendado a su hijo Juan que fuera todo de María. Pero es la misma Virgen María la que quiere que Juanito sea todo suyo y Ella toda de Juan.

Apenas tenía nueve años Juanito cuando tuvo un "sueño", clave para toda su vida. Allí está como en especie de código genético todo lo que después llegaría a ser la espiritualidad y la misión salesiana.

El gran protagonista del sueño, Jesús-Buen Pastor, se identifica como el Hijo de María: "Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día" (aludía al rezo del Angelus).

Acto seguido, el Personaje del sueño descubre a Juanito el gran secreto para hacer posible la difícil misión que se le confía en favor de los jóvenes más abandonados: "Yo te daré una Maestra". Y en aquel instante la Virgen sale al encuentro de Juanito irrumpiendo en su vida y haciéndose cada vez más visible y presente en ella y en lo que será la obra salesiana. Juanito se echó a llorar porque no acertaba a comprender cuanto en el sueño se le estaba revelando. "A su tiempo lo comprenderás", le dijo la Señora poniéndole las manos sobre la cabeza.

En 1887, en el ocaso de su vida, lloraba Don Bosco, a lágrima viva, mientras celebraba la Misa en el altar de María Auxiliadora en la iglesia del Sagrado Corazón en Roma. Toda su vida se le había agolpado en un instante. Recuerda las palabras de la Señora: "A su tiempo lo comprenderás todo". Ahora lo comprende todo. Tenía razón la Virgen, la Auxiliadora. Jesús lo había querido así.

Itinerario de Don Bosco en la devoción a la Virgen

La devoción a María como Inmaculada, caracterizó los primeros veinte años de su sacerdocio. En esos años Don Bosco vivió con inteligente entusiasmo el clima eclesial que precedió y acompañó la proclamación dogmática de la Concepción Inmaculada (8 de diciembre de 1854) y las apariciones de Lourdes (1858). La fecha del 8 de diciembre llegó a ser una fecha céntrica en su metodología pastoral y espiritual. Una fecha que coincide también con el inicio de una de las obras salesianas más significativas: los oratorios festivos: 8 de diciembre de 1841.

Pero "se puede decir, que desde el comienzo, es la Auxiliadora la que se revela a Don Bosco, pero una Auxiliadora poco a poco va revelando el verdadero esplendor de su rostro: Aquella que es el auxilio de Don Bosco, de sus jóvenes, de sus salesianos, descubrirá un día definitivamente el santo que no es otra que la Auxiliadora de los Cristianos y de todo el pueblo de Dios en camino.

Don Bosco ha llegado a ese descubrimiento basado en su propia experiencia y en la de la historia de la Iglesia que con tanta sabiduría conoce. Por eso ha podido afirmar: "Una experiencia de dieciocho siglos nos hace ver de modo luminoso que María ha continuado desde el cielo y con el más grande éxito la misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos que había comenzado en la tierra.

 

Una opción mariana definitiva

María Auxiliadora persigue a Don Bosco. Nace el santo en 1815, un año después de que Pío VII instituía la fiesta del 24 de mayo, y no muy lejos del lugar de su nacimiento. En Turín encontrará también esta advocación, una imagen venerada en la iglesia de San Francisco de Paula en la que incluso existe una asociación en su honor, inspirada en otra existente en Munich. En 1848 se encuentran ya colocadas en su mesa de trabajo algunas estampas con el título "Auxilium Christianorum". Pero será exactamente en 1862, en plena madurez de Don Bosco, cuando éste hace la opción mariana definitiva: Auxiliadora. "La Virgen quiere que la honremos con el título de Auxiliadora: los tiempos que corren son tan aciagos que tenemos necesidad de que la Virgen nos ayude a conservar y a defender la fe cristiana".

Desde esa fecha el título de Auxiliadora aparece en la vida de Don Bosco y en su obra como "central y sintetizador". La Auxiliadora es la visión propia que Don Bosco tiene de María. La lectura evangélica que hace de María, la experiencia de su propia vida y la de sus jóvenes salesianos, y su experiencia eclesial le hacer percibir a María como "Auxiliadora del Pueblo de Dios".

 

María Auxiliadora se construye su propia casa

Desde los primeros años de su sacerdocio Don Bosco tenía el propósito de construir un templo en honor de María Santísima.

El segundo domingo de octubre de 1844 Don Bosco tiene un sueño profético, eco, una vez más del de los nueve años.

Después de un largo y fatigoso viaje a través del sueño contempla finalmente una iglesia grande y hermosa en cuyo interior vio escrito: "Aquí mi casa, de aquí mi gloria". Luego en 1845, en un nuevo sueño, contempla una hermosa iglesia en el campo de los mártires turinenses en el mismo lugar donde se levanta hoy el Santuario-Basílica de María Auxiliadora.

En 1863 Don Bosco comienza la construcción de la iglesia. Todo su capital era de cuarenta céntimos, y esa fue la primera paga que hizo al constructor. Cinco años más tarde, el 9 de junio de 1868, tuvo lugar la consagración del templo. Lo que sorprendió a Don Bosco primero y luego al mundo entero fue que María Auxiliadora se había construido su propia casa, para irradiar desde allí su patrocinio. Don Bosco llegará a decir: "No existe un ladrillo que no sea señal de alguna gracia".

 

El cuadro y la imagen que Don Bosco ideó

Don Bosco colocó en el altar mayor del Santuario de Turín un grandioso cuadro de siete metros de alto, en cuyo centro está la imagen de María Auxiliadora. Don Bosco mismo dio instrucciones minuciosas al pintor Lorenzone de cómo quería el cuadro.

Lorenzone confesaría luego que al diseñar el rostro de la Virgen una mano invisible guiaba los pinceles.

Este cuadro constituye la página más densa de la teología de Don Bosco sobre la Auxiliadora, que es la teología de la Iglesia sobre la Iglesia. Mirar el cuadro es contemplar a la Virgen en medio de un gigantesco dinamismo eclesial, es "descubrir una relación, casi diría connatural, entre espíritu salesiano -empapado de apostolado eclesial- y devoción a María Auxiliadora".

 

Apóstol de María Auxiliadora en la Iglesia

Don Bosco no se habría convertido en el más grande apóstol de María Auxiliadora de todos los tiempos si él no hubiera pasado por la experiencia, colmada de sobrenatural, de la construcción de la iglesia de María Auxiliadora.

La conciencia popular no tardó en descubrir el maravilloso entendimiento entre María Auxiliadora y Don Bosco, en vínculo indeleble que les unía. Don Bosco era verdaderamente ‘el Santo de María Auxiliadora’ y María Auxiliadora era ‘la Virgen de Don Bosco’.

Además del Santuario de Turín, Don Bosco:

¨      Escribe y divulga seis libritos en los que ilustra el título de Auxiliadora convirtiéndose así en el teólogo de dicho título.

¨      Funda el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (1872) como "monumento de perenne reconocimiento de los innumerables favores obtenidos de tan buena Madre".

¨      Pone en marcha la Obra de María Auxiliadora para las vocaciones tardías.

 

Esta obra, aunque ha desaparecido en la actualidad, ha dejado vinculado a la devoción a María Auxiliadora el compromiso por las vocaciones.

¨      A petición de los fieles funda la Asociación de Devotos de María Auxiliadora que Pío IX aprobó el 5 de abril de 1870 y que hoy se encuentra esparcida en el mundo entero.

¨      Compone y hace aprobar por Roma la Bendición de María Auxiliadora de la cual dice el IV sucesor de Don Bosco, Don Ricaldone, que es "un pequeño monumento de piedad litúrgica y mariana".

¨      Difunde la popular novena, conocida por todos, de cuya eficacia son incontables los testimonios en el mundo entero.

¨      Populariza la jaculatoria "María Auxiliadora de los Cristianos, ruega por nosotros", grabada en el corazón de todos los miembros de la Familia Salesiana.

 

A todo ello añadimos sus charlas, sermones, buenas noches y los millones de estampas, medallas y cuadros que difundió por el mundo entero.

 

Pacto con María Auxiliadora

Ciertamente que la vida de Don Bosco es una vida conducida por María Auxiliadora.

Entre María Auxiliadora y Don Bosco existe una especie de pacto, María ayuda a la Familia Salesiana y desarrolla sus obras, en tanto que cada miembro de esta familia difunde la devoción a María Auxiliadora, como un servicio eclesial. Dios se sirve de la familia de Don Bosco para propagar más el culto a su Madre en el Pueblo Cristiano.

 

Consagraciones

 

Oración a María Auxiliadora compuesta por Don Bosco

Oh María, Virgen Poderosa grande e ilustre defensora de la Iglesia, singular auxilio de los cristianos terrible como un ejército ordenado en batalla, Tú sola has triunfado en todas las herejías del mundo.

Oh Madre, en nuestras angustias, en nuestras luchas, en nuestros apuros, líbranos del enemigo y en la hora de nuestra muerte, llévanos al Paraíso. Amén.

 

Consagración de los Niños a María Auxiliadora

Oh María Auxiliadora, hoy quiero consagrarme enteramente a Ti, ofreciéndote cuanto tengo y cuanto soy, hazme crecer bueno, puro y fuerte; aumenta mi fe, esperanza y caridad, y sé para mí en todo momento Madre buena y camino seguro hacia el cielo. Amén.

 

Consagración de los Jóvenes a María Auxiliadora

Oh María Auxiliadora, yo te consagro mi vida, haz que sea ferviente, recto y puro.

Te ofrezco mi estudio y trabajo con todos los esfuerzos y sacrificios que el cumplimiento del deber impone.

Te ofrezco mi apostolado actual, su desarrollo posterior en él puesto que la providencia me depare.

Alcánzanos, Virgen María, a mí y a todos mis amigos, una generosidad alegre y una entrega total al servicio de la Iglesia.

 

Consagración y Plegaria a María Santísima Auxiliadora

Santísima e Inmaculada Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra, nosotros nos consagramos enteramente a ti y prometemos vivir y obrar para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

Tú, que has sido siempre la Auxiliadora del pueblo cristiano, continúa siendo auxilio y Madre de la Iglesia.

Fortalece y santifica a los obispos y sacerdotes. Consérvalos unidos y obedientes al Papa, supremo e infalible Maestro.

Suscita numerosas y santas vocaciones apostólicas, a fin de que el reino de Jesucristo se conserve entre nosotros y se extienda por toda la tierra.

Intercede, ¡Oh Madre!, para que la gracia del Espíritu Santo atraiga a la fe a cuantos no conocen ni aceptan a tu Hijo, que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Te rogamos Señora, que bendigas a nuestros padres y hermanos, a nuestros parientes, amigos y a la humanidad entera.

También te pedimos por nosotros: enséñanos a imitar tus virtudes, especialmente la caridad, la humildad y la pureza.

 

Ayúdanos a conservar la fe y a dar en todas partes un verdadero testimonio cristiano.

Concédenos, además, ¡Oh María Auxiliadora!, que perseveremos fieles bajo tu manto de Madre, y que nunca nos alejemos de ti.

Que tu recuerdo nos aliente dé tal modo que logremos vencer a los enemigos del alma en la vida y en la muerte, para que Contigo y con todos los ángeles y santos podamos alabar eternamente al Señor. Amén.

 

Consagración de la Familia a María Auxiliadora

Inmaculada Virgen Auxiliadora Madre de la Iglesia, inspiradora y guía de nuestra familia nosotros nos ponemos bajo tu protección materna, y, fieles a la vocación cristiana te prometemos trabajar siempre para mayor gloria de Dios y salvación del mundo.

 

Confiando en tu intercesión te rogamos, por la Iglesia, nuestra patria y nuestra familia, por los jóvenes, sobre todo los más pobres y por todos los que Cristo ha redimido.

Tú, que fuiste la Maestra de los grandes santos enséñanos a imitar sus virtudes, especialmente la unión con Dios, su vida casta, humilde y pobre, su amor al trabajo y a la templanza, la bondad y entrega ilimitada a los hermanos y su fidelidad al Papa y a los Pastores de la Iglesia.

 

Concédenos María Auxiliadora, que nuestro servicio al Señor sea fiel y generoso hasta la muerte, para que podamos llegar a la alegría de la Comunión plena en la casa del Padre. Amén.

 

Consagración a María Auxiliadora

¡Oh Santísima e Inmaculada Virgen María, tiernísima Madre nuestra y poderoso Auxilio de los Cristianos! Nosotros nos consagramos enteramente a tu dulce amor y a tu santo servicio.

Te consagramos la mente con sus pensamientos, el corazón con sus afectos, el cuerpo con sus sentidos y con todas sus fuerzas, y prometemos obrar siempre para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

 

Tú, pues, ¡Oh Virgen incomparable! que fuiste siempre Auxilio del Pueblo Cristiano, continúa, por piedad, siéndolo especialmente en estos días.

Humilla a los enemigos de nuestra religión y frustra sus perversas intenciones. Ilumina y fortifica a los obispos y sacerdotes y tenlos siempre unidos y obedientes al Papa, maestro infalible; preserva de la irreligión y del vicio a la incauta juventud; promueve las vocaciones y aumenta el número de los ministros, a fin de que, por medio de ellos, el reino de Jesucristo se conserve entre nosotros y se extienda hasta los últimos confines de la tierra.

 

Te suplicamos ¡Oh Dulcísima Madre! que no apartes nunca tu piadosa mirada de la incauta juventud expuesta a tantos peligros, de los pobres pecadores y moribundos y de las almas del Purgatorio: Sé para todos ¡Oh María! Dulce Esperanza, Madre de Misericordia y Puerta del Cielo.

 

Te suplicamos, gran Madre de Dios, que nos enseñes a imitar tus virtudes, particularmente la angelical modestia, la humildad profunda y la ardiente caridad, a fin de que, por cuanto es posible, con tu presencia, con nuestras palabras y con nuestro ejemplo, representemos, en medio del mundo, a tu Hijo, Jesús, logremos que te conozcan y amen y podamos, llegar a salvar muchas almas.

 

Haz, ¡Oh María Auxiliadora! que todos permanezcamos reunidos bajo tu maternal manto; haz que en las tentaciones te invoquemos con toda confianza; y en fin, el pensamiento de que eres tan buena, tan amable y tan amada, el recuerdo del amor que tienes a tus devotos, nos aliente de tal modo, que salgamos victoriosos contra el enemigo de nuestra alma, en la vida y en la muerte, para que podamos formarte una corona en el Paraíso. Así sea.

 

Quince Minutos con María Auxiliadora

¡María! ¡María! ¡Dulcísima María, Madre querida y poderosa Auxiliadora mía! Aquí me tienes; tu voz maternal ha dado nuevos bríos a mi alma y anhelosa vengo a tu soberana presencia... Estréchame cariñosa entre tus brazos... deja que yo recline mi cansada frente sobre tu pecho y que deposite en él mis tristes gemidos y amargas cuitas, en íntima confidencia contigo, lejos del ruido y bullicio del mundo, de ese mundo que sólo deja desengaños y pesares.

 

Mírame compasiva... estoy triste, Madre, bien lo sabes, nada me alegra ni me distrae, me hallo enteramente turbado(a) y lleno(a) de temor... Abrumado(a) bajo el peso de la aflicción, sobrecogido(a) de espanto, busco un hueco para ocultarme, como la tímida paloma perseguida por el cazador... y ese hueco, ese asilo bendito, ese lugar de refugio es, ¡Oh Madre Augusta! tu corazón.

 

A ti me acerco lleno de confianza... no me deseches ni me niegues tus piedades. Bien comprendo que no las merezco por mis muchas infidelidades; dignas de tus bondades son las almas santas e inocentes que saben imitarte y a las cuales yo tanto envidio sinceramente, mas Tú eres la esperanza y el consuelo, por eso vengo sin temor.

 

¡Madre mía! Permite que yo no toque, sino que abra de par en par la puerta de tu corazón tan bueno y entre de lleno en él pues vengo cansado(a) y sé que Tú no sabes negarte al que afligido viene a postrarse a tus pies.

 

¡Virgen Madre! Tu trono se levanta precisamente donde hay dolores que calmar, miserias que remediar, lágrimas que enjugar y tristezas que consolar... por eso, levantándome del profundo caos de mis miserias en que me encuentro sumergido(a) imitando al Pródigo del Evangelio, digo también: "Me levantaré e iré a mi dulce Madre y le diré: ¡Madre buena, aquí está tu hijo(a) que te busca! perdona si en algo te he sido infiel, soy tu pobre hijo(a) que llora, aquí me tienes aunque indigno(a) a tus favores... te pertenezco y no me separaré de Ti, hasta no llevar en mi pecho el suave bálsamo del consuelo y del perdón.

 

¿Me abandonarás dulce María? ¿No herirán tus oídos mis clamores? ¡Oh, no! tu apacible rostro ensancha mi confianza, tus castos ojos me miran compasivamente disipando las densas nubes de mi espíritu y de mi abatimiento y zozobra desaparecen con tu materna sonrisa.

 

Si majestuosa empuñas tu cetro en señal de poder, como eres mi Madre, es tan sólo para manifestarme que eres la dispensadora de las gracias y mercedes del cielo para derramarlas con abundancia sobre esta tu pobre hijo(a) que sólo desea amarte y agradecerte.

 

¡Oh sí! Tú eres el Océano, Madre, y yo el imperceptible grano de arena arrojado en él... Tú eres el rocío y yo la pobre flor mustia y marchita que necesita de Ti para volver a la vida. Que nada me distraiga, que nadie me busque... Yo estoy perdido(a) en el mar inmenso de tu bondad, estoy escondido(a) en el seno misterioso de mi bendita Madre.

 

Reina mía, confiando en tu Auxilio bondadoso y tierno quiero hablarte con la confianza del niño... quiero acariciarte, quiero llorar contigo... traer a mi memoria dulces recuerdos... derramar mi alma en tu presencia para pedirte gracias, arráncame, en una palabra el corazón para regalártelo en prenda de mi amor.

 

Escucha pues, tierna María, mi dulce Auxiliadora, una a una todas mis palabras y deja que cual bordo de fuego penetre en tu corazón, porque quiero conmoverte... quiero rendirlo y quiero en fin que tu Jesús, que tan amable abre sus bracitos sonriendo con dulzura, repita en mi favor nuevamente aquella consoladora palabra que alienta al desvalido y hace temblar al demonio: "He aquí a tu Madre, he aquí a tu hijo".

 

Sí, aquí estoy... aquí está tu pobre hijo(a) a quien has amado y amas aún con predilección y que te pertenece por todos títulos... la que descansó en tus brazos antes de reposar en el regazo maternal... la que probó tus caricias mucho antes que los maternos besos... ¿lo recuerdas?

 

Yo dormí en tu seno el dulce sueño de la inocencia, viví tranquilo(a) bajo tu manto sin conocer ni sospechas siquiera los escollos de la vida, amándote con ardor y gozando de tus caricias con las que preparaste mi alma y corazón para los rudos ataques de mis enemigos y sinsabores de la vida.

 

Tu mano salvadora no sólo me apartó del abismo en que tantas almas han perecido sino que me regaló con gracias particularísimas y especiales dones, que reserves tan sólo para tus amados.

 

Todo... todo lo confieso para mayor gloria tuya y quisiera tener mil lenguas para cantar tus alabanzas digna y elocuentemente en fervorosos y tiernos himnos de santa gratitud.

 

¡Ah cuando me hallo cercada de tinieblas y sombras de muerte, sobrecogida de angustioso quebranto... cuando mi corazón tiembla ante la presencia del dolor, este pensamiento dulcísimo de tus tiernas muestras de predilección viene a ser el rayo luminoso que hace surgir mi frente dándome alas para remontarme hasta lo infinito... ¡Oh recuerdo consolador! ¡Bendito seas!

Eres la escala por la cual subo hasta el trono de la clemencia y del amor santo y verdadero.

Más ¡ay!... pronto pasaron de aquella alma los días de encanto... con la velocidad del relámpago se disiparon mis goces infantiles y llegó para mí la hora del desamparo... Madre, no puedo soportar su peso... siento quebrantar al mismo tiempo todas mis fuerzas interiores y necesito que tu mano me sostenga para no sucumbir en la lucha...

 

Ansioso(a) te busco como el pobre náufrago busca su tabla salvadora... Levanto a Ti mis ojos y mi pesada frente como el marino en busca de la estrella que debe señalarle el puerto. Me siento como abandonado(a), semejante a una nave sin piloto a merced del oleaje tempestuoso e incesante... ¡Tengo miedo! mucho miedo de perecer, entre las turbias ondas del agitado mar del pecado... Tengo miedo de la justicia divina a quien soy deudor(a) de tantas y tan espacialísimas gracias... pero sobre todo tengo miedo... ¡Oh no quisiera ni decirlo... tengo miedo de serte ingrato(a), abandonándote algún día y olvidando tus ternuras, pagarlas con ingratitud!

 

¡Jamás lo permitas, Reina mía! Haz que viva siempre unido(a) a Ti, como la débil  hiedra vive asida fuertemente a la robusta encina defendiéndose del furioso huracán... ¿Qué sería de ésta tu hijo(a)? ¡Oh Madre! ¿Sin Ti?

 

Mil enemigos me acechan redoblando a cada paso sus infernales astucias... acosado(a) me siento por todas partes y si Tú no me amparas, ¿quién se dolerá de mí?

 

No me alejes, por piedad, sálvame... muestra que eres mi Madre Auxiliadora; olvida por piedad las veces que te he contristado, reduce a polvo mis pecados, lávame con tus lágrimas y límpiame más y más.

Tus brazos son el trono de la misericordia, en ellos descansa tu Jesús... sujétame entre ellos para que no haga uso de la justicia contra mí... dile que acepto el dolor que redime si Tú me lo envías, que venga, si es preciso, el sufrimiento aun cuando mi pobre carne tiemble ante él, con tal que mi alma se torne blanca como la nieve.

 

Sí, dile a tu amado hijo que yo quiero desagraviar para alcanzar su clemencia, dile que eche un velo sobre mis faltas y miserias y que olvide para siempre lo malo(a) que he sido... ¡María! de mi vida no resta más que la última etapa... mis ensangrentadas huellas van marcando mis pasos en la senda escabrosa de la vida que está por cortarse... mi cansado corazón late aún, sí, porque Tú les das vida y aliento, pero derrama las últimas lágrimas que manan de él cual candente lava.

 

Terminará mi existencia y ¿qué será de mí, si mi Auxiliadora no viene en ese momento terrible? ¿A quién volveré mis ojos si te alejas en ese instante? La gracia que te he pedido y tanto deseo para mi agonía, es grandísima y no la merezco, pero la espero con plena confianza y tu sonrisa me alentará. Estoy seguro(a) de que aun cuando el demonio ruja a mi alrededor, preparando su último asalto, tu mano maternal me acariciará y con sin par solicitud me prodigará los últimos consuelos en mi despedida de este triste valle de lágrimas.

 

Esto lo sé cierto, lo siento en mí y no fallará mi esperanza... ni un momento lo dudo.

Los ángeles santos, al ver las ternuras de que seré objeto en el terrible trance exclamarán también enternecidos: "Mirad cómo lo ama nuestra Reina".

 

Esta es la gracia de las gracias, mi último anhelo, mi petición suprema.

Haz ¡oh Madre mía! que tu dulcísimo nombre, que fue la primera palabra que supieron balbucir mis infantiles labios entre las caricias de mi buena madre, sea también la última expresión que suavice y endulce mi sedienta boca al entregar mi alma.

 

¡Madre!... que mi tránsito sea el postrer tributo de mi amor hacia Ti... Que sea la última nota de mis cantos que tantas veces se elevaron en tu loor y el ósculo moribundo que te envíe sea el preludio de mi eterna e íntima unión con la Majestad divina y contigo, ¡oh mi dulce, mi santa y tierna Madre Auxiliadora...!

 

Enséñame, Oh María Auxiliadora

Enséñame, Oh María Auxiliadora, a ser dulce y bueno en todos los acontecimientos de mi vida; en los desengaños, en el descuido de otros, en la falta de sinceridad de aquellos en quienes creí, en la deslealtad de aquellos en quienes confié.

 

Ayúdame a olvidarme de mí mismo para pensar en la felicidad de otros; a ocultar mis pequeños sufrimientos de tal modo que sea yo el único que los padezca.

Enséñame a sacar provecho de ellos, a usarlos de tal modo que me suavicen, no me endurezcan ni me amarguen; que me hagan paciente y no irritable; que me hagan amplio en mi clemencia y no estrecho y despótico.

 

Que nadie sea menos bueno, menos sincero, menos amable, menos noble, menos santo por haber sido mi compañero de viaje en el camino hacia la vida eterna.

 

María Auxiliadora haz que yo cambie para ayudar al cambio de los demás.

1 comentario

nora -

tan largo no lo pude leer